lunes, 22 de noviembre de 2010

Albin

Ayer la situación se presentaba diferente: había esperanza en su corazón sin embargo parecía que nunca iba a obtener respuesta, claro está que la respuesta realmente no cambiaba mucho las cosas. La verdad, Albin era del tipo de hombre que se enamoraba en un par de conversaciones y consideraba significativo hasta la manera en que le expresaban un buenos días.

Ella apareció, e incluso dijo "Señorito, tanto tiempo". Para Albin eso fue mágico: ¡Recordaba que había pasado mucho tiempo desde la última vez que hablaron! Las buenas noticias no acabaron ahí, normalmente encontraba sumamente difícil llevar el hilo de una conversación, y frecuentemente, se pasaba horas preguntándose porque no podía hablar con una mujer como cualquier hombre, no debía de ser tan difícil. Sin embargo ese día había un Dios que le sonreía, sus palabras fueron casi poéticas, sus bromas atinadas y sofisticadas, y además sintió que en todo momento tuvo el dominio de la conversación.

A pesar de tan buen panorama no estaba listo para lo que se le venía, cualquiera lo vería como una situación sin importancia pero para Albin era la señal que estaba esperando. Ella le dijo: “Mirando la luna me acordé de ti, supongo es lo que buscabas”. Escuchó su corazón palpitar ante esas palabras, y la sonrisa ya no se le borró jamás.

La conversación pasó, pero la alegría y seguridad que le brindó el momento permanecieron intactas. Albin caminaba descuidadamente. Feliz. Caminó sin rumbo hasta que encontró un nuevo camino, y lo siguió. Luego olvido la conversación, y el motivo de su felicidad, pero no por eso dejó de poseerlas. Albin entendía que la felicidad se construía día a día, y que no dependía de logros sino de tener la oportunidad de inspirar corazones, así como una vez el suyo fue inspirado.

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