jueves, 18 de noviembre de 2010

El León se enamoró de la oveja


Pensaba en que el saberse virtuoso no era suficiente, conocía los alcances de su posición, nadie se atrevía a desafiarlo, era querido y objeto de admiración para todo aquel que lo conociera, he incluso para aquel que solo había oído de él. No era suficiente, cazar, gobernar, impartir justicia, recostarse en las tardes calientes bajo un árbol frondoso que brindaba esplendido su sombra, casi como si supiera que creció ahí para servir al rey, y casi como si su propósito se realizara cada tarde, eso lo hacía sonreír; pero tampoco era suficiente, el no viviría su vida para hacer que los árboles encontraran su lugar en este mundo.
Quería ir más allá, había desafiado todo aquello que parecía imposible, y había salido airoso, aplaudido, su fama crecía y se extendía por grandes áreas, sin embargo, él quería lograr algo impensable. Y estaba decidido a hacerlo, esa misma mañana iniciaría su labor: domaría y conquistaría aquello que ningún otro animal ha logrado ni lograra jamás, al ser humano.
Su nombre se perdió en el recorrido de siglos y kilómetros que ha hecho esta historia, los juglares procuraron conservar con celo su esencia pero su mente era demasiado libre para mantenerse fiel a los detalles, lo que dio como resultado una magnifica mezcla entre ficción y verdad.
Pero por suerte y aunque su nombre se haya perdido su descripción sigue intacta (y esto claro, porque es sabido que una descripción contiene mucha más esencia que un simple y reemplazable nombre). Sus ojos eran profundos abismos color miel, cautivantes para todo aquel que los veía, en los pantanos decían que podía consumir tu interior si se lo permitías, por eso sus presas eran fáciles, ningún animal se atrevería a sostener su mirada.
Cuando abría su boca temblaba la tierra creando una ola de corazones palpitantes. Era rápido y decidido, nunca hacia un movimiento en vano y cuando corría una melena brusca y grisácea coronaba su presencia convirtiéndolo en un espectáculo temible, a veces incluso, para los suyos.

No dijo nada a nadie, al fin y al cabo ¿Quién se atrevería a pedirle cuentas?. Lo había planificado todo fríamente. A pesar de su fama de guerrero, se pensaba a si mismo estratega. Los había visto merodear sus aguas varias veces, eran 6 u 8 bultos flacos caminando en dos patas de un lado para otro, nunca dejaban de gemirse cosas entre ellos y cargaban cosas extrañas que los hacían más lentos, tanto mejor para mí pensó.
Esa mañana deberían estar ahí, el sol estaba saliendo pero el sudor ya recorría su cuerpo, se sacudió. Sabía que habían llegado en la noche, y que esa mañana saldrían aun adormilados del interior de un animal grande y alto hecho de árbol que descansaba en las aguas del río. Nunca lo había visto hacer ningún movimiento, así que decidió simplemente no incluir al animal de árbol en sus cálculos, seguramente no intervendría en la batalla.
Su plan era simple, mataría a los hombres rápido y sin miramientos, y esa misma mañana, convertiría al animal de árbol en su nuevo palacio, llamaría con un rugido implacable a todos los habitantes de la selva y así sabrían que ni siquiera el ser humano era capaz de igualar su poder.
Aguzó los sentidos, y se colocó contra viento, eran 10, aun así estaba seguro de poder con todos ellos. Al fin y al cabo, a pesar de su fama no lucían peligrosos. Atacó a dos por la espalda al mismo tiempo, los hombres cayeron, antes de caer ya había clavado sus dientes en el cuello de uno, no gritó, escuchó el sonido familiar del cuello quebrándose y se incorporó rápidamente asestando un zarpazo preciso en el estomago del segundo hombre. Restaban ocho.
Los demás se pusieron en guardia, dejaron su carga en el suelo, y miraban al animal sin estar seguros de cómo atacar. En el interior dos hombres más buscaban algo presurosos. Uno de los hombres que se encontraba afuera empezó a dar golpes al aire con una lanza. El animal, nunca había visto nada similar pero no se asustó. Otros empezaron a imitarle, rodeándole pero asegurándose de dejar un flanco abierto. Era una distracción. Desde el interior del barco, el mejor lanzador hizo su jugada, el lanzamiento fue veloz y preciso, sin embargo, el animal la esquivó. En ese momento otro atacó, su lanza se quebró en el muslo izquierdo rasgándole el musculo.
Sintió dolor pero no se detuvo en ello, había sido herido en numerosas batallas, claro eso fue cuando era joven y aun no se ganaba el respeto que poseía ahora, con una garra prensó lo que restaba de lanza y con el impulso de su pata derecha salto sobre su atacante, este entró en pánico y cayó al suelo, muy rápido dejo de moverse y de gritar, otro menos. El sabor a carne y sangre y la sensación de ser herido hizo explotar su adrenalina, disfrutaba la batalla.
De pronto sintió tres estocadas en la espalda, cuchillos hábilmente lanzados lo habían atravesado, volteó hacia su atacante y lo miró, mientras intentaba consumir con sus ojos su interior. Sabía que funcionaba con los animales del pantano. Para su sorpresa el atacante no reaccionó. Empezó a asustarse. Intento con un rugido. Funcionó, el atacante se asustó y empezó a correr. El impulso de su instinto fue muy fuerte al ver su presa correr. Se dispuso a seguirlo.
Los dos hombres que buscaban algo en el interior del barco salieron decididos, al parecer, encontraron lo que buscaban. En cuanto el animal estaba distraído dispuesto a seguir a uno de los hombres, lo atraparon. Siempre llevaban una red reforzada para esos casos. No eran comunes pero algunos contaban que en ocasiones ocurría y tomaron precauciones.
El animal se encontraba atrapado pero aun así luchaba con una fuerza pavorosa, tres hombres empezaron a golpearlo con sus palas con todas sus fuerzas. Se desplomó.



Olía a boñiga, el bochorno era intenso a pesar de que no veía el sol, pero ya estaba acostumbrada a las franjas blancas y rojas que rodeaban su mundo. Al fin y al cabo prácticamente era todo lo que conocía desde que nació. Recordaba haber nacido en un establo, pero al poco tiempo fue vendida a un grupo de humanos bastante extraño. Desde ese día no se quedaba más de un mes en un solo lugar, y había aprendido a hacer lo que le decían, desde la primera vez.
No era mansedumbre o cobardía, era inteligencia. La conocían como la más inteligente del rebaño e incluso del “mundo blanco y rojo” en que vivían. Participaba en los juegos más difíciles e incluso debido a su inteligencia era la estrella del número más importante: “el reto al león”. Los demás animales eran demasiado estúpidos para entender que se trataba de un acto, y huían despavoridos cuando intentaban usarlos en él. Sin embargo, hacía tiempo no habían tenido ese problema, el león había muerto hace tres meses.
Ese día había un gran alboroto, los animales del circo comentaban que habría un gran acontecimiento. Traerían un nuevo león procedente de la mismísima y legendaria África.
Cuando ella lo vio pensó que no era gran cosa, estaba flaco, y en peores condiciones que el anterior. Nunca había visto una melena de ese color, pero le parecía menos impresionante que las de color marrón que conocía. Pero, al acercarse más se detuvo en sus ojos, sintió pavor. Su cuerpo se puso tenso y sin saberlo empezó a retroceder lentamente.
Chocó con la líder del rebaño, una oveja vieja y sabia. Esta le dijo que estaba bien, era normal que tuviese miedo. El león salvaje tenía un aire amenazador. Le aconsejo nunca provocarlo.
Lo traían en una jaula muy estrecha. Muchas de sus heridas aun no sanaban. Sin embargo él apenas y reparaba en ellas. Había algo que le dolía mucho más: el orgullo.
No solo no había logrado su objetivo de dominar a los humanos sino que se había convertido en una presa. Pero no pensaba dejarse dominar. Vio una oveja que lo miraba asustada, clavó sus ojos en ella. Decidió que sería su primera víctima.
Había estudiado bien la celda que lo contenía, era vulnerable, con todas sus fuerzas arremetió contra la unión de la puerta, que cayó estrepitosamente sorprendiendo a todos los presentes. El rey caído salto fuera de su jaula y corrió directo a su presa. Ya la había elegido así que ignoró a todos los demás, incluso a los humanos.
Ella lo vio venir, y sintió la muerte en su carne. Corrió, como nunca lo había hecho, con desesperación por su vida. Entendió que no lo lograría. Era rápido, mucho más rápido que ella, y además había algo que lo impulsaba aun más, un terrible odio casi palpable. De pronto todo fue más claro, tenía una oportunidad. Había visto lo que el odio hacia en los animales, los hacía más estúpidos.
Ella conocía el terreno y el no, se decía a si misma que tenía la ventaja. Corrió hacia los estanques. Ya la había alcanzado. Apenas tuvo tiempo para saltar de la tabla que pisaba. Cuando el cayó, la tabla se quebró, consumiéndose en el estanque que utilizaban para el acto con el delfín que disfrazaban de tiburón. El león salió presuroso, destruyendo de paso medio tanque, su furia había aumentado.
Ella se dirigió al área más vulnerable de la carpa, cuando el león corrió a su lado chocó contra uno de los pilares. De pronto toda la estructura estaba inestable. El techo empezó a caer sobre él. Luchaba frenético por evitar los pedazos que caían. La oveja comprendió que había ganado. El león de seguro moriría allí.
Siguió corriendo lejos del estruendo. De pronto se detuvo. No sabía porque pero no podía dejarlo morir. Regresó. Empezó a gritarle instrucciones, le explicó rápidamente que debía colocarse quieto cerca del árbol de metal más grueso que encontrara.
No sabía que más hacer, así que hizo caso. Notó que cerca del pilar el techo no caía, la oveja tenía razón, alrededor solo veía polvo y pedazos de tela, madera y metal. Aun no se decidía que hacer después, pero determinó que la mataría de todas maneras. Cuando todo acabó corrió hacia ella, ya no tenía escapatoria, se preparó para desgarrarle el vientre, de pronto sintió un pinchazo en el cuello, sus músculos dejaron de responderle y cayó. Mientras sus ojos se cerraban el rey desterrado vio a quién se convertiría en su peor enemigo, el domador de leones.

Se juro a si mismo nunca doblegar su carácter, era un rey, sin embargo, entendía que la oveja tenía razón. Esa batalla no la podía luchar como había luchado todas las anteriores. Habían pasado cinco meses desde el incidente, y encontró en la oveja una aliada, ésta también quería escapar y entendía mucho mejor que él cómo funcionaban las cosas en el mundo blanco y rojo.
Había aprendido a hacer lo que le decían, no por mansedumbre, por inteligencia le repetía ella. Con ella conoció la sabiduría. Aprendió también la lealtad, y el amor a la manada, el rey se convirtió en protector, los animales lo tomaron como autoridad.
Con todos los humanos lograba controlarse, excepto con uno, el domador de leones lo humillaba continuamente. Si no respondía a las órdenes lo amarraban con púas. Su cuello ya ni siquiera cicatrizaba.
Un día no lo resistió más, el domador lastimaba a una joven oveja que se negaba a participar en el acto. Atacó, rápido y certero, el brazo del domador cayó, inerte. Todos los animales escucharon un grito agudo de dolor. Sabrían que esto traería consecuencias para todos.
Le cortaron la melena, y con ella se perdió casi todo su espíritu de lucha. Ella le ayudó a recuperarlo, pacientemente, lamiéndole las heridas. Siendo líder, mientras él era solo la sombra de lo que fue. Pero no duró mucho tiempo así, pronto fue obligado a reaccionar.
Los animales sobraban, y los organizadores decidieron vender su carne, matarían alrededor del 60 % de los animales con los que contaban. De todas maneras, nunca necesitaron tantos para realizar los actos.
Ella rápidamente se puso en marcha, no podía ver morir a su familia, planearon un escape. Caída la tarde, la mayoría de humanos dejaba de trabajar y empezaban a emborracharse. Decidieron hacer dos grupos. El mantendría ocupados a los humanos, ella lideraría el grupo hacia las montañas.
Ella se puso en marcha, los demás animales deberían permanecer tranquilos, en sus lugares, así no levantarían mucha sospecha, esperaban comprarles algo de tiempo. No dio resultado, los humanos lo notaron de inmediato. El rey tenía que actuar rápido.
Recordó el día en que llegó, se dirigió presuroso al pilar principal, a aquel que una vez le sirvió de refugio para conservar su vida, empezaron a dispararle pero los demás animales también escapaban y los tiradores erraron el blanco. Cuando llego al pilar lo mordió con todas las fuerzas, sintió como sus dientes se quebraban, sintió el sabor a su sangre, pero el pilar cedió. Pronto todo el lugar empezó a derrumbarse, los hombres empezaron a caer abatidos por la estructura que caía. El rey lo sabía y sonreía, nunca lograran someterme pensó, al final derroté al ser humano.
Era falsa alegría. Sabía muy bien la circunstancia en que se encontraba. Una pesada mezcla de argamasa y piedra había caído sobre él. Estaba muriendo. Recordó las sábanas, recordó su rugido, su mirada, su melena grisácea llena de autoridad, recordó los árboles que cumplían su vida sirviéndole. Pensaba en que el saberse virtuoso no era suficiente, conocía los alcances de su posición, antes solo lo seguían por miedo. Había encontrado algo más, había encontrado respeto en sí mismo, había creado un lazo inquebrantable, había dado su vida por alguien, había creado libertad. Introdujo sus garras con fuerza en la tierra. Dejó unas marcas llenas de historia y amor. Se incorporó y con sus últimas fuerzas, hizo un rugido. Fue escuchado en toda la ciudad. Un rugido cargado de despedida. Ella lo entendió, supo que nunca se encontrarían. Los demás animales lo entendieron también. El león se había enamorado de la oveja.

FIN

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